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MARGARITAS

martes, 28 de julio de 2015

FAIR PLAY



Es suficientemente conocido el hecho de que un lord inglés, ya entrado en años, tenía la costumbre de reunir a sus amistades para tomar el té, todos los martes de cada semana, a la misma hora, en su palacio de Londres.
Cierto martes, llegada la hora señalada, el puntualísimo caballero no apareció. Los invitados estaban intrigadísimos y muy extrañados, ya que era la primera vez que ocurría un caso así. Al cabo de unos minutos apareció el mayordomo y les dice a los presentes,  con la típica flema británica.


- Señores, Milord les pide disculpas por la demora, y les anuncia que, después de mucho tiempo, se acaba de reencontrar con su vieja y querida amiga lulú de parís. Les comunica que, si puede, estará con ustedes dentro de dos horas, y si no puede, dentro de diez minutos. Muchas gracias.

miércoles, 15 de julio de 2015

OLA DE CALOR

El reloj de pared consumía los segundos de la mañana soñolienta con fogosidad desproporcionada.
Desde mi habitación, resguardado de la temperatura asfixiante que se podía entrever a través de la ventana, protegida por  cristales ahumados y blindados contra los rigores del solsticio, podía ver los hilillos de vapor hirviendo que nacían del suelo bruno del pavimento, y ascendían pausadamente en espirales buscando el cielo.
La calle asemejaba un volcán a punto de entrar en erupción. El sol se abría camino con ahínco entre un mar de nubes blanquecinas, que se deshilachaban con prontitud y desaparecían en segundos.
De pronto, un sonido seco y contundente me arrancó de estas reflexiones.
Una pequeña sombra voladora que acababa de estrellarse contra el cristal de la ventana, se convertía en un pajarillo tímido de aspecto deplorable, arañaba obstinadamente con sus patas el cristal tratando de asirse para no caer al vacío. Así persistió durante unos minutos, sin conseguirlo.
Cuando pensaba que había desaparecido para siempre, surgió de nuevo como un relámpago. Parecía recuperado. Pegado al cristal de la ventana revoloteaba apresuradamente para mantener el equilibrio, a la vez que martilleaba con el pico compulsivamente.
Por su insistencia razoné que las fuerzas no le aguantarían por más tiempo y necesitaría una  ayuda. Me pareció advertir cómo manaban dos lágrimas de sus ojos.  
Abrí la ventana, una bocanada de aire ardiendo me atizó en la cara como si fuesen ascuas que estallasen desde una hoguera. Le ayudé a pasar y cerré lo más aprisa que pude. Totalmente desorientado giraba por la habitación alocadamente, emitiendo sonidos lastimeros similares a una señal de alerta.


Al fin se posó sobre una silla, agotado. No opuso resistencia alguna al sujetarlo con los dedos y se acurrucó en el cuenco de mi mano. Sin ninguna duda, era un petirrojo, clase de  pájaros sociables y muy atrevidos y curiosos que emiten un gorjeo musical y melódico.  Se mantenía tenso, desfallecido y deshidratado, con los ojos cerrados.               
Posiblemente que tendría sed, calor y hambre. Le hice gestos de caricia con la mano sobre su cabeza y, con gran trabajo, consiguió entreabrir los ojos.
Con cuidado caminamos hasta la cocina. Abrí el frigorífico, busqué una botella de leche y la abrí con urgencia.  A continuación tomé un vaso y lo llené hasta rebosar, aproximé su pico hasta la leche, y todo lo que su cuerpo podía absorber lo bebió en dos segundos.
Se  posó sobre mi hombro contorneándose con elegancia, y se acicaló las plumas de las alas mientras dirigía fijamente su mirada hacia mis ojos. Y cantó con potencia. Pude observar un atisbo de sonrisa en sus ojos.
Cuando terminó su canto triunfal, de un pequeño salto voló desde mi hombro hasta el interior del frigorífico. Rebuscando entre bolsas de verduras y cereales descubrió un helado de chocolate.
Hacía aspavientos solicitando ayuda para desenvolver el helado y retirar el papel de plata que lo protegía. Una vez abierto y destapado, picoteó, comió, saboreó,  y terminó de picar cuando solo quedaba la madera. Bailaba de alegría.
Le limpié el pico y la cara que habían quedado manchados de chocolate y cantó de nuevo, como un ruiseñor  satisfecho.
Abrí la ventana para que pudiera irse y recuperar la libertad,  en tanto que el daba vueltas a mi alrededor con alboroto, hizo un mohín con la cabeza manifestando de esa manera que ese no era su deseo, así que pasamos el día en la habitación hasta llegar la noche, cuando la temperatura en el exterior había descendido notablemente.
Desde entonces permanezco expectante, por si hubiera alguna otra ola de calor

                                                                                honorio poveda

martes, 14 de julio de 2015

viernes, 3 de julio de 2015