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MARGARITAS

sábado, 10 de mayo de 2014

MI MALA SOMBRA



                                          

Caminaba lentamente, la ciudad, solitaria, parecía dormida y sin ánimos de levantarse. El sol ya estaba en todo lo alto y castigaba severamente con sus rayos. Por su altura, calculaba que serían las once o las doce de la mañana.

No sabía reconocer en donde estaba, y me encontraba solo. De pronto me pareció ver un guardia a lo lejos y me acerqué corriendo – Agente, por favor, dígame, ¿donde estoy?- No me respondió. Como si yo no existiera.

Seguía caminando y más adelante distinguí a un transeúnte que esperaba en un semáforo para cruzar la calle, cuando llegué a su altura había desaparecido como un espejismo.

Ya deberían ser las 13 y comenzaba a impacientarme. Sentía como se me atenazaban los músculos del cuerpo. El corazón me latía con fuerza debido al miedo que empezaba a agarrotar y controlar mi mente. Aceleré los pasos tratando de huir de aquella situación irracional en la que me encontraba cuando advertí que me seguía una sombra. Me paré en seco. La sombra se paró también. Era alargada y mucho más grande y gruesa que yo. No tuve el valor de decirle nada. Intenté despistarla dando pasos rápidos en distintas direcciones pero no me sirvió de nada. La sombra continuaba allí, siguiéndome, a veces crecía desmesuradamente y otras se reducía de manera alarmante o desparecía para despistarme, así durante horas.

Comencé a correr desaforadamente, con todas mi fuerzas, hasta que no pude más, giré la cabeza a todos lados y – ¡ uf, por fin ya no estaba¡. Había dejado de perseguirme.

Fui a sentarme en un banco y al hacerlo pude ver como la sombra también se sentaba al compás conmigo, ahora estaba más pequeña y le perdí el miedo. La insulté con los insultos más soeces y obscenos que pude recordar. La pisé durante un largo rato a pesar de que intentaba esconderse. - ¡La maldita sombra. - Por qué tenía que seguirme ¡-. Me detuve por un momento y observé que no se movía. - Quizás estaba muerta - . Me arrepentí de haberla pisado con saña. Yo no era así. No sabía porque había reaccionado de una manera tan brusca. El sol trataba de ocultarse detrás de un rascacielos en construcción.

Reanudé el camino. Se había hecho casi de noche. La sombra ya no me seguía. Gente paseando alegremente por las calles y hasta el ruido de los coches me sonaba como  un concierto de Vivaldi.

Esa noche, mientras dormía, me despertó un ruido. Encendí la luz, abrí la puerta de mi habitación y salí al pasillo. Allí, de nuevo, estaba la sombra. Aterrado me quedé inmóvil. Se abalanzó sobre mí, me cogió del cuello y apretó fuertemente hasta no dejarme respirar. Notaba como  me faltaba el aire cada vez más y más. 



Cuando pensaba que no resistiría más más me desperté. Te seguiré durante toda la ida, me dijo, y se marchó apagando la luz. 

Era mi sombra, mi sombra quien había intentado estrangularme.


                                                                                Honorio poveda
   



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