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MARGARITAS

sábado, 10 de mayo de 2014

LA REBELIÓN DE LOS PEONES



Siempre que no podía dormir acostumbraba a jugar una partida de ajedrez. Aquella noche era muy tarde, tal vez las 2 o las 3 de la madrugada y no había manera de que pudiera  conciliar el sueño.

Salté de la cama. Busqué el tablero en el armario empotrado del dormitorio. Las piezas no estaban en el mismo lugar que yo las había dejado la última vez, dentro de la caja en la que, habitualmente, acostumbraba a colocarlas. Las encontré a todas juntas y revueltas en uno de los cajones situados en la parte alta del armario, escondidas bajo un edredón.

Aquello me pareció sospechoso.

Volví a la cama, abrí el tablero cuadriculado de 8X8, casillas alternadas en blanco y negro. Coloqué debidamente las 16 piezas negras en un lado y las otras 16, blancas, en el lado de enfrente.

Estaba preparado para comenzar la partida.

Yo mismo hice el sorteo - cara, negras, cruz, blancas - tiré una moneda al aire  caras, pedí - otra vez me vuelven a tocar las negras - me salió del alma.

Inspeccioné una por una a mis 16 piezas negras para darles ánimo. Allí estaba el rey, la dama, los dos alfiles, los dos caballos, las dos torres y los ocho peones, todos colocados en su sitio, listos para la batalla. Después de unos segundos preparando mi estrategia y en el mismo momento en que iba a mover el peón, éste, con un movimiento tan ágil y rápido que me recordó un relámpago, saltó varias casillas a la vez y se fue a colocar frente a uno de los peones blancos, pude ver como estuvieron unos instantes conversando hasta que, de otro salto veloz, volvió a colocarse en su casilla de salida. Le siguió inmediatamente su compañero blanco.

Se dirigieron hacia mí. Me miraban a los ojos, desafiantes.

- Te comunicamos nuestro firme propósito de no volver a jugar mientras que no se de una solución a todas las peticiones que te vamos a formular - dijo de forma taxativa. 

Me quedé tan sorprendido que tardé unos minutos en contestar.

- ¿Por qué? - Logré balbucear. 
A continuación pasó a enunciar una larga lista de reclamaciones.

- Los peones negros nos negamos a jugar mientras que no se tomen en serio todas nuestras peticiones.

- Exigimos:

- Una mejora en el trato, que cuando la partida no te vaya siendo favorable, dejes de achacarlo a que “las cosas se están poniendo negras”, con cierto tono burlón.

- Que se nos reconozca la misma categoría laboral que al rey, la dama, los alfiles, los caballos, y las torres.

Esta vez me quedé mudo.  El peón negro continuó. 

- Un seguro de vida que cubra los riesgos a la exposición constante de las acciones peligrosas que debamos realizar.

- Armonizar las obligaciones de los peones con los demás integrante del tablero.

- No estamos dispuestos a trabajar en días festivos ni a hacer horas extraordinarias.

- Que la semana laboral no sobrepase nunca las 10 horas distribuidas de lunes a viernes, como convenga, bien por la mañana o por la tarde y nunca en horario nocturno.

- Que el peón no sea la única unidad dinámica y fundamental de las piezas, y que se nos deje de considerar la pieza más débil y más lenta.


- Que el peón no sea la única pieza que no puede retroceder. Los compañeros blancos nos apoyaban todas las peticiones.

- Apoyamos en todos sus puntos las reivindicaciones de los compañeros negros - dijo el peón blanco -

Todos aplaudieron.

Ya no pude seguir escuchando. Nunca me habían hablado de aquella manera.

Quizás tenían razón y yo era un tipo vil y despreciable. Me sentía aturdido.

Intenté cerrar el tablero y recoger las piezas para guardarlas pero llegué tarde, todos, el rey, las damas, los alfiles, los caballos, las torres y los peones, negros y blancos, se habían subido encima del televisor, el rey blanco me miraba con conmiseración - pobre qué mal lo debe estar pasando - debía pensar.

 Las damas reían armoniosamente mientras bailaban la macarena.

Los alfiles se burlaban de mí sacándome la lengua.

Los caballos jugaban a saltarse las torres - acabarán haciéndose daño - me asusté.

Y los peones gritaban consignas contra mí, imposibles de reproducir.

Enfurecido, tiré el tablero contra el suelo con todas mis fuerzas, salté de la cama y me marché de casa.


Todavía no he vuelto.



                                                                                        Honorio poveda

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